El silencio, una genialidad.
En el verano de 1984 estaba asociado a un gran realizador de la época, mi gran amigo y maestro Carlos Cavia, un hombre que por sus conocimientos podría haber llegado muy lejos en el cine publicitario o en el largo, pero su carácter tranquilo y tímido le impedía frecuentar la pavada de fiestas y la hipocresía de las palmaditas en la espalda.
Por esa y alguna que otra razón, compartíamos Cinematografía Pointer y el Instituto de Investigación de las Imágenes, una escuela de cine, vídeo y fotografía de la que salieron un par de primeros premios de la Xunta de Galicia para nuestros alumnos que también ingresaron en Telecinco, Canal Plus o como director de imagen de Adolfo Domínguez.
Otro gran amigo era Tacho de la Calle, realizador de TVE, examinador para puestos de realizadores y un monstruo con una cámara en la mano.
Él nos ofreció realizar un corto de 15 minutos para Tabacalera y su producto Fortuna.
Resulta que Fernando Pi era el responsable de marketing de Tabacalera, enamorado del deporte de la vela había conseguido que Fortuna patrocinase un velero de competición para participar en La Vuelta a España de Vela, La Copa América y a saber cuántas regatas más.
Fernando y Tacho tenían buena relación, ambos organizaron aquél despropósito, un documental sobre el barco FORTUNA y la Vuelta a España, empezando porque duraba 15 minutos, cuando en aquellos años todos sabíamos que más de 12 era una eternidad en estos temas.
La idea era que se emitiese en los pubs como se hacía con las carreras de coches, rallyes y motos.
Obviamente, como muchas de estas cosas, jamás se emitió y nunca se hicieron más de una media docena de copias de trabajo.
Una tarde llego a la productora y al pasar por la mesa de montaje (moviola de 35mm) Tacho estaba con otro señor al que me presentó con este humilde diálogo:
Hola Guille, te presento a Rafael de la Cueva, es montador en TVE, es el mejor montador del mundo, te lo digo yo que sé mucho más que él.
Un mes de rodaje y uno de montaje.
Como siempre pasa en estos casos, tuvieron la suerte de, además, ganar la Vuelta a España, así la euforia era general.
Estábamos en agosto montando un excelente corto, Tacho era un realizador como dos copas de dos pinos, Carlos Cavia dominaba una fotografía de cortar el hipo y el que suscribe se dedicó puntualmente a la producción y a ejercer de co-propietario de la productora.
Sólo faltaba grabar la locución y revelar, pero la música era fundamental ya que sobre ella se había hecho el montaje de imágenes.
El guión de locución, 15 minutos de historia de Tabacalera y los pormenores de una regata victoriosa, sólo estaba escrito en una hoja de papel de máquina de escribir cuando llama Fernando Pi desde Palma de Mallorca donde pasaba sus vacaciones diciendo que al día siguiente quería ver el documental estuviese en las condiciones que fuese.
Todos sabemos que si un cliente ve algo antes de estar terminado, posiblemente no se terminará nunca y mucho menos se hará como estaba previsto, así es que reservamos sala de proyección en Madrid Film y montamos el show, primera fila para Fernando, Tacho y Carlos reservándome la cabina de proyección con un técnico del laboratorio al que fui marcando en qué fotograma debía entrar la música, subir o bajar volumen, cosa que salió bordada sin haberlo ensayado, el gusto de trabajar con profesionales indiscutibles.
Nuestro plan era visionar lo montado con la música que ayudaba muchísimo al ritmo del documental y luego leerle (seguramente yo mismo) el texto de la locución.
Después de 15 minutos de placer y temores, no fuese cosa que empezara Pi con los cambios, se encendieron las luces, nos pusimos camino hacia la salida de aquella sala que era como las grandes de los cines antiguos “grandes” y ya por el pasillo Fernando hizo una paradita para decir: “Genial la idea de no poner ni una sola palabra, así en los Pub’s no molestará…”.
Doblé en 45 partes el papel de la locución que llevaba en la mano, lo puse en un bolsillo de atrás del vaquero, nos miramos todos con ojos cómplices como amenazando de muerte al primero que abriese la boca para nombrar la locución.
Aprobó el trabajo, festejamos con unas cervezas en el bar de enfrente y todos felices, nos ahorramos los costes del locutor y la sala de grabación, por lo demás…ni una palabra.
Publicista
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